Premonición. María Izquierdo. San Juan de los Lagos, Jalisco

Los genes no son los genes

Viviana Berger*

 

Debemos decir que, para el psicoanálisis, el cuerpo no existe a título de organismo, para el ser humano no hay tal “don de la naturaleza”. La gran novedad de la revelación freudiana demostró que el cuerpo reacciona a las palabras pronunciadas por el Otro -incluso, siendo aquellas anteriores a su nacimiento. Lalengua materna, tejida de los significantes que constituyen la materia sonora que envuelve al niño y resuena en su cuerpo, produce un efecto de desnaturalización sobre el viviente que liga desde el origen cuerpo y palabra, introduciendo una hiancia fundamental que afecta el programa de goce de la genética y separa definitivamente al ser de la anatomía.

Resulta así que el organismo del viviente se pierde y el cuerpo se constituye como un producto transformado por el discurso, contrariamente al cuerpo del animal que sí responde a la programación genética tal como es. En este sentido, podemos decir que el animal es su cuerpo, en el punto en que cuenta con un anudamiento natural de los registros imaginario y real, hay una absoluta adecuación. En cambio, el ser hablante, para alcanzar un cuerpo, para anudar los registros imaginario y real, requerirá de una compleja operación que, no obstante, tampoco alcanzará jamás una equivalencia de identidad entre el ser y su existencia. Quizás un análisis podría despejar la escritura de goce de ese cuerpo, sintomático y pulsional, y posibilitar al sujeto reencontrarse con su cuerpo a partir de un sinthome.

Entonces, privado de la inmunidad que provee la genética, el cuerpo del parlêtre puede devenir sede de sensaciones extrañas, perturbadoras, incluso, locas, cuando el goce ilimitado toma el comando. En este aspecto, las psicosis ofrecen un amplio campo de investigación en la medida en que, difícilmente, encontremos algún caso de psicosis donde no se ponga en cuestión algún fenómeno de goce que interpele la consistencia del cuerpo o, incluso, que precipite fenómenos de ajenidad o pérdida del cuerpo.

En la primera enseñanza de Lacan, a partir de sus elaboraciones en relación al Estadío del espejo, el cuerpo entra en juego como imagen del cuerpo -imagen a construir, en la medida en que, como planteamos, nada está dado de antemano. Este momento es fundamental en la estructuración de cada sujeto, en tanto será el origen de todo lo que toca al cuerpo en su erección como ser vivo, de la operación de unificación del cuerpo hasta entonces fragmentado por las percepciones experimentadas. Es el cuerpo que el yo ve en el espejo, que reconoce a través de la imagen del otro, del cuerpo de los otros semejantes, que alcanza eventualmente una “unidad” a través de la mirada del Otro (momento de júbilo), siendo el objeto a, el resto no especularizable que sostiene dicha imagen. Este primer cuerpo lacaniano es entonces el cuerpo del narcisismo, un cuerpo implicado en la formación del yo, que a partir de las operaciones de reconocimiento y nominación, funda la entrada en lo simbólico para todo sujeto.

Algunos sujetos fracasan a la hora de alcanzar una imagen unificada, cuya consecuencia en la estructuración del psiquismo, resulta en un desorden en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto. El interior y el exterior se confunden, los órganos quedan poco delimitados, el sujeto se ve privado del sentimiento de la existencia, no logra habitar su cuerpo. Es la esquizofrenia quien, por excelencia, nos enseña cómo el cuerpo y el yo en tanto instancias psíquicas resultan afectadas en su constitución. Por lo tanto, si no hay el yo unificado en la esquizofrenia, tampoco habrá el cuerpo propio, sino apenas un conjunto de órganos dispersos, desprovistos de semblantes, sin frontera con el Otro; un imaginario suelto, desconectado de lo simbólico, y un sujeto que hace uso de la ironía como defensa, atacado por la intrusión y dispersión de lalengua.

En la paranoia, en general, no llega a abrirse, tan radicalmente, el agujero en lo imaginario -el goce retorna en el Otro. En la melancolía, hallaremos la hemorragia libidinal y el dolor de existir, en una identificación con el objeto desecho que aplasta la envoltura imaginaria del amor propio. En la metonimia maníaca, la omnipotencia como rechazo radical de la falta en el Otro y la imagen desconectada de la dimensión real del cuerpo, en una aceleración in crescendo debido a la falta del lastre del objeto, que extiende el agujero a través del cual se drena el sujeto.

Ahora bien, ¿Con qué recursos el sujeto se defenderá de eso que retorna y amenaza a su cuerpo con estallar? El analista deberá maniobrar con decisión cuando el sujeto queda entregado a ese goce absoluto, interceptando la tendencia a entregarse a la voluptuosidad de un infinito y, asimismo, sabrá leer los singulares recursos de cada sujeto para resistir a estos ataques del Otro y mantener el cuerpo en su “unidad”. ¿Qué promueve en cada caso una reparación de ese nudo entre sujeto, cuerpo y síntoma? ¿Cuál es la abrazadera[1] conveniente para cada quién? No sólo con la invención de un saber delirante, quizás, a través del arte, o con el apoyo de una pareja imaginaria al modo de una muleta. Otros se valdrán de la actividad sexual o la entrega a alguna disciplina deportiva en el esfuerzo para trazar el borde del goce invasivo y sostener la consistencia de un cuerpo que se experimenta como ajeno.

¿Cómo guiar sus acciones y capitonar la significación?

La clínica dará cuenta de esa diversidad.


*Psicoanalista en CDMX, México. Analista Miembro de la Escuela, AME, de la Nueva Escuela Lacaniana, NELcf, y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, AMP.

[1] Miller, J.-A., Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria “El desorden más íntimo es esta brecha en la que el cuerpo se deshace y donde el sujeto es inducido a inventarse vínculos artificiales para apropiarse de nuevo de su cuerpo, para “estrechar” su cuerpo contra él mismo. Para decirlo en términos de mecánica, necesita una abrazadera para aguantar con su cuerpo”.

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