La interpretación en la psicosis ordinaria
Paula Del Cioppo
Psicosis ordinaria es un concepto que tiene la propiedad de ampliar el campo de investigación de las psicosis y que permite pensar el estatuto de la interpretación en psicoanálisis. Alumbrado por Miller en el momento conclusivo de una larga y seriada jornada clínica (Angers- Arcachon- Antibes), fue propuesto a la comunidad analítica para denominar un conjunto de casos, pero fundamentalmente para provocar nuevas contribuciones alrededor del tema.[1] Entiendo que este gesto transporta un mensaje fundamental: usen el concepto, es decir, que no se trata de una definición de un nuevo tipo clínico que facilitaría la vida del practicante, sino de la invitación a servirse de él como herramienta para desbrozar una clínica que es borrosa y rigurosa al mismo tiempo. En este contexto, Miller explica que cuando no se reconocen signos evidentes de neurosis, conviene suponer una psicosis disimulada a partir de pequeños índices variados. Entre esos detalles encontramos una relación negativa del sujeto con la identificación social, un desajuste a nivel corporal e índices de vacío o vaguedad de naturaleza no dialéctica.
Éric Laurent sacó algunas consecuencias de la investigación en torno a la psicosis ordinaria para la interpretación en psicoanálisis. De inicio, estableció que el inconsciente a cielo abierto es en sí mismo un dispositivo de interpretación. Se preguntó entonces “¿Cómo interpretar si no tenemos al Nombre del Padre para estabilizar las significaciones?”, [2] es decir, si no tenemos la metáfora paterna que abrocha significante y goce de un modo socialmente aceptable. Por otra parte, Laurent recuerda que en la orientación lacaniana la interpretación es libre a nivel de la táctica, no obstante, el analista está sujeto al hecho de que no hay metalenguaje, es decir, no hay un lenguaje objeto (el material del caso) sobre el cual se interviene con otro lenguaje de la interpretación, sino que las construcciones del sujeto y las del practicante están en el mismo registro. En todo caso, el sujeto es un asunto a leer en una trama de lenguaje con sus aceleraciones, pausas, empalmes, silencios, amalgamas, y la operación analítica es inherente a dicha lectura. En cuanto a las reglas del quehacer del analista, el practicante puede autorizarse a hacer lo que mejor convenga a cada conflicto singular siempre que esté regido por este principio. Este asunto no es menor en la interpretación ordinaria, donde las intervenciones adoptan un amplio espectro, desde aprender la lengua del sujeto hasta convocarlo a un esfuerzo de traducción.[3] Ciertamente, lo que hacemos in situ varía considerablemente porque lo que importa es apuntar a “producir una estabilización, una homeostasis, una puntuación”.[4]
Pero entonces, si el sujeto es una cuestión a extraer de una trama de lenguaje, ¿cómo proceder cuando éste se esparce en un movimiento incesante?
La interpretación en la práctica con sujetos psicóticos pasa, según Laurent, por “centrar al sujeto en los fenómenos elementales, en los S1 aislados que se le imponen”.[5] Se trata de localizar qué es lo que en determinado momento de la vida se desengancha en la relación con el Otro y de aclarar qué elemento funcionaba como enganche para el sujeto. Esto obliga a su vez a abrir el concepto de interpretación en términos de las construcciones que se producen en el curso de un análisis, elementos que parten de las significaciones que se le imponen al sujeto y a partir de las cuales el analista selecciona, realza y sanciona aquellas que tienen un carácter de invención, esto es, las que le sirven para dar un tratamiento al goce vacilante o al goce invasor.
Con base en la convención de Antibes y sus efectos retroactivos, podemos situar algunas coordenadas para la interpretación en la práctica con sujetos psicóticos. En ese marco se concluyó que, de entrada, el analista establece las condiciones de una conversación con el parlêtre y se empeña para ser destinatario de los signos ínfimos de lo real en lalengua (S1 aislados), dejando de lado el sentido. Se comporta como un secretario, no porque adopte una actitud pasiva, sino porque escucha, conecta los elementos dispersos, los pone en relación con lo que interpreta que es un desorden estructural y le restituye al sujeto la lógica de sus arreglos; es decir, le ayuda a ubicar los elementos significantes que funcionan como metáfora (no edípica), como suplencia, o bien una significación singular que lo sostiene. Paralelamente, separa o desalienta aquellas interpretaciones que lo desestabilizan. En la práctica el analista se ofrece para que el sujeto se sirva de él, es decir, para que haga usos no normalizados del dispositivo, no previsibles, con lo cual la noción de interpretación está también íntimamente relacionada con el deseo del analista.
Ciertamente estas referencias son operativas para orientar la práctica, sin embargo, no podemos perder de vista la complejidad y los riesgos que implica el trabajo con sujetos psicóticos, asunto que está íntimamente relacionado con la especificidad de la transferencia en dicha estructura. En este sentido, ¿cómo ofrecer un dispositivo que cree un clima de confianza, donde el sujeto ceda algo de su delirio, sin deslizarse en los estragos de la erotomanía? “¿Cómo sostener al sujeto en la construcción de un saber no estandarizado evitando que tome el sentido de una autorización de pasaje al acto?”.[6] En definitiva, interpretar en la perspectiva de la psicosis ordinaria implica una disposición a navegar en aguas turbulentas. ¿Cómo conservar la calma durante el tiempo de gestación de un elemento singular que funcione como punto de detención que pacifique el mundo del sujeto? Para enfrentar estos desafíos el practicante debería tener alguna relación con el real de su propio caso, así como no descuidar la práctica del control, acciones que podrían evitar el empuje a delirar con el paciente.
Para concluir, traigo a colación dos consecuencias teóricas del campo de trabajo que abre la psicosis ordinaria señaladas por Miller. Por un lado, la necesidad de precisar en los casos las coordenadas de la neurosis, que es una estructura muy precisa. Segundo, la generalización del concepto de psicosis, en la medida en que “el Nombre del Padre no existe (…) es siempre un elemento específico entre otros que, para un sujeto particular, funciona como Nombre del Padre”.[7] Sacar provecho de este desplazamiento conlleva un saber hacer con la curva, estructura que muestra una continuidad en la cual el analista está llamado a captar los surcos, los relieves, los pequeños accidentes que iluminan la dirección de la cura.
[1] Miller, J.-A., “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, Consecuencias. Revista digital de psicoanálisis, arte y pensamiento, No 15, mayo 2015. https://www.revconsecuencias.com.ar/ediciones/015/template.php?file=arts/Alcances/Efecto-retorno-sobre-la-psicosis-ordinaria.html
[2] Laurent, É., “La interpretación ordinaria”, Revista Freudiana No 76, ELP-Catalunya, Barcelona, enero-abril 2016. Versión digital. Artículo abierto a suscriptores.
[3] Miller, J.-A., La psicosis ordinaria, Paidós, Buenos Aires, 2005, p. 285
[4] Laurent, É., “La interpretación ordinaria”, op. cit.
[5] Laurent, É., “La interpretación ordinaria”, op. cit.
[6] Miller, J.-A., La psicosis ordinaria, op. cit., p. 312.
[7] Miller, J.-A., “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, op. cit.