Las patologías del lazo y su ¿interpretación?

Marita Hamann

¡Abuso! es uno de los significantes mayores de nuestra época.[1] El patriarcado, que imponía una jerarquía determinando el legítimo derecho al usufructo del goce, no va más. Aunque distinta, la función paterna se encuentra afectada y su evaporación deja cicatrices. A menudo se disuelve en la maternización de los lazos familiares y en una suerte de democratización que desconoce los límites. El anhelo ilimitado de igualdad desdibuja los lugares y el sujeto supone que es su derecho y su tarea autoidentificarse. Desde luego, el capitalismo cumple un papel fundamental: en la equivalencia, no solo nadie es imprescindible, sino que todos son sustituibles. Aparentemente, solo la puesta en escena, que las redes fomentan, lo salvaría de su angustioso anonimato.

El maternaje idealizado no solo es correlativo de la ley de hierro que la buena voluntad puede imponer a la prole, sino, más allá, de una sensibilidad prevenida contra todo lo que pudiera causar algún dolor, en la idea de que el trauma se encontraría a la vuelta de la esquina. Se oscila así entre el reclamo de cuidado, a veces extremo, dado que un gesto, una palabra, pueden ser interpretadas como abuso por parte del prójimo, y la reivindicación exacerbada del derecho de ser reconocido en su particularidad. En resumen, el sujeto se percibe, de un modo o de otro, siempre a punto de ser ignorado y suprimido.[2] Así, la lucha legítima por la igualdad de género, de raza, etc., se resuelve en una disputa por el reconocimiento de una identidad que, para afirmarse, reproduce la segregación que pretendía suprimir. Lo que se consagra en el lazo es, entonces, la segregación acompañada de una suerte de nueva mística, al modo del partido político o de la secta. La corriente woke recorre un camino parecido. Para el movimiento #MeToo, el “todas las mujeres víctimas” existe. En una entrevista reciente, Samantha Geimer,[3] la mujer seducida por R. Polanski, relataba las agresiones que había debido sufrir por no haberse plegado a #MeToo; su rechazo, explica, surge de su observación de que las víctimas quieren sangre, según verifica en el modo en que ha sido maltratada por su negativa. Entre tanto, el terreno sexual se tiñe de… abuso.

Dado el valor clave concedido al cuidado,[4] se privilegian los tratamientos destinados a cultivar el ego, especialmente el cuerpo, apostando a una mecanización del comportamiento que obedeciera a una regularidad natural, contra el malestar cultural.

Desde luego, en el lado opuesto del mismo vector se encuentra ese Otro degradado y obsceno [5] que suscita una desconfianza radical y da lugar a toda clase de teorías complotistas. Efectivamente, se trata del ascenso de los egos, pero su fundamento se encuentra en la fragilidad de los lazos, afectados por el anonimato de las soluciones ofrecidas por la ciencia y el capitalismo.

Eventualmente, el sujeto no consigue huir de sí mismo y puede que llegue a la consulta. Lo trae el miedo, o el miedo del miedo. [6] Recalamos, entonces, en la problemática de la interpretación que convendría, siendo que esta es imprescindible para que el vínculo analítico logre establecerse.

Advirtamos, sin embargo, que J.-A. Miller ha sostenido, hace un tiempo, que la edad de la interpretación estaba “detrás de nosotros” [7] porque ella proviene del propio inconsciente, mientras que la intervención analítica viene a continuación y opera al revés. Entre otras cosas, añade, hablar de interpretación la unilateraliza del lado del analista y se acaba fascinado por su “speech act. Sucede que la noción de parlêtre nos obliga a reconsiderar la noción misma de interpretación. Al decir de É. Laurent, “el parlêtre nos permite pasar del supuesto déficit de consciencia que implica el vocablo ‘inconsciente’. El Inconsciente se vuelve el nombre del Uno-gozante”.[8]

La interpretación- traducción o desciframiento, correlativa de la noción de lo reprimido, apunta a la verdad, pero el sujeto contemporáneo, hoy más que nunca, evidencia, no solamente lo poco dispuesto que se encuentra a cualquier historización que facilite el relevo de los S1 que lo gobiernan, sino que, aunque ciertas puntuaciones propicien la instalación de la transferencia, ellas no bastan para limitar la apalabra, el monólogo infinito (más allá del hecho constatado acerca de lo pasajero de los efectos de verdad). Sabemos pues, que, aunque se trate de algo que comienza por la palabra, es de lo escrito de lo que se trata; en particular, de la letra que surge cuando un significante concreto puede ser indicado más allá de su significación rutinaria, rompiéndola y aislándose.

Lo que se impone, es encontrar un modo de molestar la defensa para interrumpir la interpretación tendenciosa de la pulsión. “El reverso consiste en cernir el significante como fenómeno elemental del sujeto y antes de que se articule en la formación inconsciente que le da sentido de delirio”.[9] De allí la importancia del corte en la última enseñanza. Este consiste en la ruptura del semblante para capturar el goce en juego, aclara É. Laurent:[10] es en la sesión que ha de captarse que eso no es una memoria inconsciente sino una ilusión, y agrega que es el corte lo que corrige el engaño del Sujeto Supuesto Saber. La verdad, aquí, es el vacío de una ausencia fundamental, la del objeto perdido, lo que reconduce a la opacidad del goce. En esta vía, la jaculación toma su relieve en tanto que se trata de una enunciación particular, una modulación, un tono, un gesto que consigue ir más allá del átomo saussureano que ligaba el sonido y el sentido con la voz.[11] “El analista debe poner el cuerpo allí, la interpretación debe pasar por las tripas… se hace ella misma acontecimiento, es del orden de la vociferación, de la jaculación”.[12]

Haría falta desplegar esta ruta lacaniana y nuestras Jornadas nos darán la ocasión. Baste considerar, de momento, que cualquiera fuese el decir o el acto, se trata de “elevar una cadena significante a la dignidad de un síntoma y aislar una marca”.[13] El ejercicio de la función analítica apunta a la incidencia en el cuerpo de un goce contingente cuyo vínculo con el delirio inconsciente y las significaciones rutinarias que mortifican una vida, debiera ser liberado, cortado.


[1] Así lo ha destacado recientemente C. Leguil en su intervención “Critique du monopole de la jouissance légitime”, https://www.youtube.com/watch?v=qD-iwMv7z3A

[2] Sobre el vínculo entre el narcisismo (de la víctima) y la pulsión de muerte, véase el filme Syk Pike.

[3] https://www.lepoint.fr/debats/exclusive-samantha-geimer-emmanuelle-seigner-the-encounter-20-04-2023-2517162_2.php

[4] Según manifiesta M.-H. Brousse, « Sur l’Un-dividualisme modern », https://www.youtube.com/watch?v=e5cY_80FfME

[5] De acuerdo con una acertada expresión de J.-A. Miller expuesta en su elaboración de inagotable valor, “En dirección a la adolescencia”, https://elpsicoanalisis.elp.org.es/numero-28/en-direccion-a-la-adolescencia/

[6] Tal y como señala C. Leguil en «Sur l’Un-dividualisme modern »,

https://www.youtube.com/watch?v=d4G2cEslpVY

[7] Miller, J.-A., « L’interprétation à l’envers », https://www.hebdo-blog.fr/linterpretation-a-lenvers-extraits/?print=print&fbclid=IwAR3eUe8UgOpQUGQ8zXvN26fXVQekGGSqJJ-HGCLhEiWJg0LNj6hEST793yc#_edn1 También en : Miller, J.-A., “La interpretación al revés”, Entonces: «Sssh…», Eolia, Barcelona, 1996.

[8] Laurent, E., « Les passions religieuses du parlêtre », La Cause du Désir, No 93, Paris, Navarin Éditeur, 2016, p. 70.

[9] Ibidem.

[10] Laurent, É., “Las escrituras del inconsciente” y “la carne de la interpretación” (Córdoba, 2019) https://www.youtube.com/watch?v=3Sf-DN3wygE

[11] Cf., Ibidem

[12] Lysy, A. « Vos paroles m’ont frappé », https://journees.causefreudienne.org/vos-paroles-mont-frappe-2/

[13] Caro, A. « Un dire qui fait événement », https://journees.causefreudienne.org/un-dire-qui-fait-evenement/