El Tao propio de lo imposible de comunicar

Lizbeth Ahumada Yaneth

Hablar de interpretaciones y cortes en la experiencia psicoanalítica implica un supuesto: la existencia del lenguaje como campo basal con el cual se opera. En otros términos, la referencia al Otro del lenguaje es constitutiva de la práctica analítica misma. Por ello, lo que comúnmente llamamos comunicación es lo que concebimos como la máxima expresión de la función del lenguaje dado que, como dice Lacan: “por lo general, se enuncia que el lenguaje sirve para la comunicación”,[1] en otros términos, identificamos como fin último del lenguaje, el estar al servicio de la comunicación.  Lacan en los inicios de su enseñanza, se había encargado de cuestionar la idea de una comunicación integral y unívoca, sin pérdida en la cadena de transmisión. Por un lado, destacó la idea de que el malentendido es inherente a ella, y al mismo tiempo, introdujo la concepción de la mediación del otro, como sanción del mensaje de quien lo emite; así, es el emisor quien recibe del receptor su propio mensaje en forma invertida: ¿qué dije?

Ahora bien, en los albores de su última enseñanza, Lacan introduce la sorprendente diferencia entre el lenguaje y lalengua, para poner en cuestión la idea de la comunicación como fin último del lenguaje. Con ello impacta los cimientos de la formalización del inconsciente estructurado como un lenguaje. Nos dice entonces: “si dije que el lenguaje es aquello como lo cual el inconsciente está estructurado, es de seguro porque el lenguaje, en primer lugar, no existe. El lenguaje es lo que se procura saber respecto de la función de lalengua” [2] y añade: “por eso el inconsciente, en tanto le doy aquí el soporte de su desciframiento, no puede estructurarse sino como un lenguaje, un lenguaje siempre hipotético respecto a lo que lo sostiene, a saber, lalengua. (…) En otras palabras, que el lenguaje no es solamente comunicación, es un hecho que se impone a través del discurso analítico”.[3] Observamos así, un cambio radical en la enseñanza de Lacan, puesto que antes enfatizaba la preponderancia del campo del otro (como imagen), o el Otro (en tanto tesoro del significante, en tanto estructura); para llegar a decir después (Seminario 19), que antes que nada hay el campo del Uno, que establece de entrada que Hay goce.

De esta manera, el lenguaje se ubica como un dato derivado de lalengua, como una ficción que le da forma lingüística, como una elaboración del discurso científico para dar cuenta de ella. En consecuencia, el uso para comunicar que adjudicamos al lenguaje no es de orden primario sino secundario. Lo que significa que con el concepto de lalengua, Lacan puede plantear que el significante sirve para el goce, y no para la comunicación. Bajo esta perspectiva, el lenguaje no es más que una elucubración sobre ese uso primario (servir al goce), que nos lleva a establecer el nexo de ese uso primero y el objeto mismo de la comunicación.

En esta vertiente, entendemos entonces por qué la última enseñanza de Lacan no está referida como tal al despliegue de la cadena significante sino al nudo, porque, ciertamente, “cadena no es lo mismo que nudo”,[4] no son de la misma naturaleza. Jacques-Alain Miller en este sentido destaca que se trata de lo real, esa instancia de lo que no tiene sentido, la que se opone tanto a lo simbólico como a lo imaginario y por ende “la referencia al nudo borromeo no es entonces el sujeto del inconsciente, ya que la definición del sujeto incluye al Otro, sino el parlêtre[…]instancia condenada al Uno del redondel de cuerda”.[5]

La diferencia que marca el nudo en la última enseñanza de Lacan frente a los grafos que lo preceden, es que “en él no hay Otro: gira en redondo, pero no comunica. La verdad del nudo borromeo es entonces, si me permiten, que está construido sobre el Uno, sobre la separación entre los Unos, y eso significa que está construido sobre una reducción del dos”.[6]

Hay Uno para enfatizar que hay el cuerpo en tanto vivo. Cuestión que es la llave para abrir, en la práctica clínica, la posibilidad de un tratamiento del goce por el objeto, por el manejo de la letra, por el uso diferente del lenguaje, y que resume el resultado del anudamiento singular entre los tres registros de la experiencia (real, simbólico e imaginario) a través del síntoma considerado como una invención que consigue vincular la existencia con el lazo social.

Ahora bien, el encuentro con el autista nos conduce sin ambages y de entrada, por esta vía. En efecto, no se trata del despliegue de la cadena, de los efectos de verdad, del desciframiento, se reduce más bien lo que “subsiste de las sabidurías, el taoísmo, para quien el asunto no es la verdad, sino la vía…”.[7]  Esta vía, el TAO indicado, si puedo decirlo así, parte de lo imposible de comunicar en el autismo, a diferencia de la operación analítica que concluye, en tanto tal, al cernir ese imposible. El camino señala lo precioso del detalle, del rasgo, del murmullo, del tarareo, del estribillo, y se acompaña de la virtud de la paciencia, cuyo fundamento se encuentra en la doctrina zen: esa que no espera nada, que no anticipa ningún resultado, ninguna expectativa, que toma su fuerza de lo imposible de comunicar.

De este modo, no se parte del lenguaje puesto al servicio de la comunicación (de hecho, un autista puede descubrir, o no, que el lenguaje sirve para la comunicación), tener algo para decirles no significa que se haga bajo la idea común de comunicar. Es en este sentido que la noción del “S1 solo” es la base para una práctica por fuera del sentido de la palabra, que abarca las producciones de los autistas, y que no pueden ser valoradas sin esta concepción. Una concepción del significante que se reduce a su materia, a su materialidad, a su letra, a su balbuceo.


[1] Lacan J., El Seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 166.

[2] Ibíd., p. 167.

[3] Ibíd., p. 168.

[4] Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 62.

[5] Miller, J.-A., El lugar y el lazo, Paidós, Buenos Aires, 2013, p. 323.

[6] Ibíd.

[7] Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aún, op. cit., p. 131.